Elsa tenía la ropa sucia, los pies descalzos, la piel fría y el rostro pálido; durante los últimos tres días se recluyó en un pequeño almacén de viejos expedientes en el tercer piso del edificio donde trabajó como abogada conciliadora. Pasaba hambre y sed pero no se atrevía a salir, hace menos de 72 horas el mundo que conocía se tornó violento y depravado, ella no entendía, no lograba reaccionar al nuevo ecosistema.
El domingo por la mañana Elsa había salido de su casa vistiendo un buzo que dejaba muy bien a su figura de 1.72, de largo cabello negro y sonrisa radiante. Su intención era hacer una misión furtiva a su local de trabajo pues se había olvidado un expediente importante que debía terminar para el día siguiente. La atención de la joven letrada se concentraba en el tráfico, en maniobrar con presteza su Toyota Yaris que recién terminaba de pagar y mirar de reojo el celular para mantenerse al tanto de las novedades de las redes sociales. Cada vez que el vehículo se quedaba quieto ante el semáforo ella aprovechada en contestar algunos “estados” que ella consideraba interesantes.
Tenía amigos alrededor del mundo, muchos de ellos mencionaban noticias o comentaban sucesos extraños “están a fuera de mi casa” posteaba Sergi Lincoln, amigo de intercambio en la universidad, “¿Dónde está la policía, mi madre fue mordida?” reclamaba Hillary la novia del mejor amigo de Elsa, apareció el hashtag #zombierun en el estado de un colega en Kansas. Nuevamente la luz le indicaba continuar con su camino así que alejaba su atención de lo que pensó que eran estados delirantes o tendencia de alguna moda, y continuó hacia su centro de labores.
Elsa no recordaba cómo empezó todo para ella, mientras su cuerpo se mantenía estático entre los folders viejos y las cajas de cartón trataba de hacer memoria de cómo llegó a recluirse en aquel grisáceo y polvoriento lugar, su mente le proyectaba imágenes borrosas de un ser impactando la luna del conductor cuando estaba por estacionarse, otro flashback la enviaba al vestíbulo del local donde el guardia de seguridad intentaba razonar con un grupo de personas sangrantes y con férrea mirada, recuerda los gritos de la calle, los choques de autos, viene a su mente como una señora de unos 60 años llevaba gran parte de la piel del cuello colgando como hilachas de carne, ella se abalanzó sobre Elsa y, gracias a una rápida reacción, esquivó un zarpazo amenazante, pero las duras garras de la muerte se apoderaron de su calzado, recuerda que corrió sin sentido hasta el tercer piso y se asomó a la ventana. Su mente se pierde entre imágenes que le muestran una Lima que caía en el caos con torres de humo más altas que sus edificios, con gente corriendo sin sentido siendo arrollada por vehículos que huían a gran velocidad, incendios, accidentes y sangre, miríadas de líquido carmesí que teñían las bermas y pistas, salía expulsada de gargantas y brazos, de cualquier parte de carne expuesta que era alcanzada por seres cubiertos por la demencia que devoraban con instinto caníbal a sus congéneres.
En un intento por retomar algo de control tomó su celular e intentó llamar a emergencia pero la red estaba colapsada, se mordió los labios de impotencia y maldijo todo lo que conocía, se arañó la cabeza “quiero despertar” dijo en voz alta pero al ver que no funcionaba lo grito con más énfasis “¡quiero despertar!” y ahogó en su garganta un lamento de frustración.
“ahora recuerdo como llegue aquí” se dijo mientras trataba de reconocer las partes dormidas de su cuerpo “grite y ellos me escucharon” lanza un jadeo de cansancio y moviliza sus dedos un poco forzando a sus atrofiados músculos a seguir con el corso “grite y ellos llegaron…” y es así como su recuento la lleva a su momento actual dentro del almacén con el cuerpo entumecido y los sentidos apagados. La joven abogada eleva la mirada para revisar a través de la rendija de la puerta y ve 4 figuras tambaleantes posadas en medio de la oficina entre papeles desordenados y otros destrozos.
“aun no puedo salir” piensa para sí misma y recoge nuevamente sus pies.
Créditos: Pandemia Z
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